Martina fue un sueño desde que vino al mundo y dejó claro nada más nacer lo especial que era: alegre, vivaz, divertida y fuerte, muy fuerte, desde su primera bocanada de aire. Poseedora de una mirada que podría devolver la paz al mundo y de una sonrisa capaz de moverlo. Pudimos disfrutar 6 meses de la más absoluta felicidad, que se vio truncada por un diagnóstico jamás pensado: leucemia del lactante. Nuestras venas se helaron y se paró el reloj de nuestro mundo.
Nuestro hogar quedó sin nosotros por mucho tiempo que pasamos a vivir en una habitación de Hospital. Nuestra familia tuvo que reorganizar su vida. Los hermanos afrontaron la separación de sus padres y su hermana. Los abuelos volvieron a su papel de padres con sus nietos. Y Martina, siempre tan asombrosa, se encargó de que a nadie le fallaran las fuerzas. Toda la magia que desprendió nada más nacer, se multiplicó por infinito. Ella libraba una batalla feroz y, además, era capaz de dirigir al ejército. Empezamos a compartir nuestros días y nuestras noches con términos como goteros, quimioterapia, inmunosupresión, catéteres, sondas nasogástricas, alimentación parenteral, que nunca hubiéramos deseado manejar, mientras sentimientos desconocidos y desoladores parecían querer arrebatarnos el alma. Pero ahí estaba nuestra guerrera para luchar, también, contra eso.
Todos nuestros sentidos pasaron a estar fijados exclusivamente en nuestras circunstancias: canciones que hablaban de nosotros; imágenes que nos dibujaban; lecturas que nos describían; situaciones cotidianas que veíamos y anhelábamos vivir. Pablo López nos hizo compañía. Tal vez algún día podamos preguntarle si “El patio” lo escribió para familias como nosotros… para que pudiéramos gritárselo al cáncer a la cara… “Fuera, vete de mi casa, suéltame las manos, no soy más que un niño con los pies descalzos. Mi patio está vacío y suenan las sirenas. Y yo sigo jugando qué más da, sigo jugando y siempre me castigas. Solo quiero que te vayas, solo quiero que se acabe, solo quiere que me dejes…”
Incluso las cosas más simples adquirieron nuevas perspectivas… Los números carecían de sentido si no eran fechas relevantes para Martina; los colores no nos llamaban la atención si no se relacionaban con ella; cualquier palabra era insignificante si no salía de su boca.
El aislamiento que ya de por sí supone esta situación se vio agravado por la llegada del Covid. Nos encontrábamos en otra ciudad lejos de casa, de nuestros seres queridos y, ahora también, lejos de cualquier persona con quien poder compartir: otros padres en las mismas circunstancias, otros guerreros, voluntarios… Menos mal que en la otra dimensión de esta pesadilla había un equipo médico espectacular; unos doctores implicados y muy válidos; unas enfermeras eficaces y empáticas; Investigadores desviviéndose, creadores de Esperanza. Y el motor más potente que alguien pudiera imaginar: nuestra pequeña e increíble hija poniéndolo todo más fácil. Nos enseñó a respirar sin aire y a caminar sobre horizontes. Nos hizo capaces de cualquier cosa. Y así, generando luz hasta en el fondo del mar, nos regaló horas y horas, durante días y meses, jugando sin parar. Cantando. Pintando. Soplando velas. Mostrándonos lo importante de la vida.
El odio hacia la leucemia que nació en lo más profundo de nuestro ser se volvió directamente proporcional al amor que sentíamos por nuestra hija. Y jamás imaginamos que pudiera llegar a ser tan inmenso. Por fortuna para nosotros, ella nos enseñó a desprendernos de ese rencor y a disfrutar al máximo cada segundo de vida; cada gesto, cada risa. A aprovechar y agradecer cada momento y cada oportunidad. A exprimir la vida sin límite.
3 años de lucha alternando alegrías y tristezas que se transformaban en fuerza en apenas minutos. Esperanza, pánico y, de nuevo, esperanza. Tratamientos que no obtuvieron los resultados esperados y, por fin, el Trasplante de Médula de papá que nos está permitiendo vislumbrar el final de esta pesadilla. 11 meses Post Trasplante es un dato muy prometedor. Seguimos disfrutando a tope de la vida pero ahora, gracias a Dios y a la Investigación, el espacio entre la espada y la pared en el que vivíamos ya nos permite bailar con más soltura.
ESCRITO POR MACU - MAMÁ DE MARTINA